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“MAQUILLAJE DE UN CRIMEN” (IX)

“MAQUILLAJE DE UN CRIMEN” (IX)

Publicado en ColaboradoresViernes, 14 Marzo 2014 16:20
“MAQUILLAJE DE UN CRIMEN” (IX)
Nota de Redacción.- La síntesis periodística de esta novela autobiográfica de Ricardo Belmont Cassinelli, llega a un punto crucial, cuando su tío Fernando, enojado por el descubrimiento del “pirateo” de marca, insumos y fórmula, que permitirían dar nacimiento a los cosméticos “Yambal”, no sólo regaña vigorosamente a su joven sobrino, sino que plantea a su hermano Don Augusto, “separar los negocios, tomando para sí, la droguería” y ofreciendo, a cambio “las radios”, que poseía la familia.

Don Augusto, queda sumamente confundido por el rumbo que van tomando los acontecimientos y-a su vez- planea una contrapropuesta.

Cedamos la palabra a Ricardo Belmont, para que continúe con esta interesantísima narración, que tiene todos los ingredientes de una novela de alcance internacional.




DESTROZAR UNA FAMILIA

“Al día siguiente de tan desagradable muestra de prepotencia por parte de mi tío Fernando, mi padre y yo, regresamos a la fábrica y subimos a grandes trancos la vetusta escalera, que parecía atestiguar el pasado de trabajo y creatividad de los antiguos Belmont.

En la oficina, nos esperaban, mi ahora inconocible tío y mis dos primos, que lo flanqueaban, como haciéndole guardia.

Mi padre, en esta ocasión, se portó como un hombre de pocas palabras.

-“Lo que es bueno para ti,-le dijo a su hermano- también es bueno para mí. Mejor, tú te quedas con las radios y yo me hago cargo de la droguería”.

-Estas palabras surtieron el efecto de un dinamitazo en el trío de ambiciosos parientes que en ese momento enfrentábamos.

Parecieran haber saltado hasta el techo. En seguida menudearon los insultos, las amenazas y en fin todo lo que cabe esperar de personas que ven amenazadas sus intenciones de aprovechamiento y ventaja sobre los demás.

Salimos mi padre y yo, como quien da un portazo a todo un hermoso capítulo de la vida familiar. Ambos, sin hablar, dábamos por sentado que las cosas, no volverían jamás a ser lo mismo.

Los demonios de la ambición y el dinero, habían destrozado nuestra integridad familiar. Sin embargo, la vida-qué remedio cabía- seguiría girando como un trágico carrusel sin música de fondo.
                   


                     
LA TARDE DEL DESPOJO

Esa misma tarde, mi tío Fernando y sus dos hijos, tomaron por asalto las oficinas de la droguería, se apropiaron de las acciones que estaban en custodia ahí y en suma, de una manera violenta y abusiva, nos expulsaron para siempre de nuestro patrimonio y de su historia.

De ahí en adelante, ya no podríamos ni siquiera ingresar a las instalaciones de la fábrica. Habíamos sido despojados. La guerra entre los Belmont había estallado definitivamente.

A esas alturas del desastre, intervino mi tío Alex, mayor que ambos hermanos en disputa. Por un momento, creímos que este familiar, actuaría con imparcialidad restableciendo la calma y la justicia.

Sin embargo, esto no fue así. Mi tío Alex, se inclinó abiertamente a favor de Fernando por ser éste quien tenía el control de la situación.

Y finalmente, dándose aires de gran mediador, propuso un año de negociación. Es decir, una suerte de tregua para esta triste guerra.

Esta especie de “alto el fuego”, sólo sirvió para que mi tío Fernando y sus dos hijos, consolidaran sus posiciones y se apropiaran –esta vez, definitivamente- del total del patrimonio en litigio, a cambio de un cheque que no representaba en modo alguno, una justa compensación a lo que estábamos perdiendo.




EL REINO DE LOS JUECES

La extraña “·guerra de los Belmont” iba derivando gradualmente, a  un tema de jueces y abogados, que nos llevaría a mi padre, a mí y a mis hermanos, a una derrota total, a un despojo sin atenuantes.

Las negociaciones, se desarrollaban a través de terceros, en medio de una horrible tensión y un intercambio de expresiones desagradables y exigencias, cada vez más atropelladoras.

Por confidencias de algunas empleadas, supe que mis primos, consideraban al personal femenino de la fábrica que ahora manejaban a su antojo, una especie de harén de estos modernos sultanes.

Las chicas, eran “invitadas” a orgiásticas fiestas, en las que “todo” sucedía, o podía suceder. Y a las que se negaban a concurrir, a tales “pachangas”, o ponían algùn reparo, sólo les quedaba el camino de la calle, pues eran inmediatamente despedidas.

Al margen de esto, el conflicto familiar, adquiría cada vez, ribetes más sombríos, al punto de que mi padre, mis hermanos y yo, sólo esperábamos que el pleito terminara de una vez, sin  reparar mayormente en los detalles.

Finalmente, mi padre agotado-se diría enfermo- por tan triste situación, decidió ponerle  fin de una vez por todas.

Y entonces, mi hermano Augusto y yo, fuimos comisionados a llevar las últimas acciones de los negocios familiares a las oficinas de mi tío Fernando, para que la guerra terminara…sin imaginar el alto precio que habríamos de pagar por una extraña paz, que luego nos pesaría largamente.

(MAÑANA: LA HORA DEL CHEQUE).
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