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“MAQUILLAJE DE UN CRIMEN” (IV)

“MAQUILLAJE DE UN CRIMEN” (IV) Publicado en Colaboradores Viernes, 07 Marzo 2014 13:18




 “Cuando Maradona me contó sus días de pobreza en “Villa Fiorito”, yo le dije: “ Yo sé cómo se empieza y cómo se lucha para triunfar, hermano”.-Y desde luego, era cierto”. 

NOTA DE REDACCIÓN.- Esta es una síntesis periodística de la novela “MAQUILLAJE DE UN CRIMEN”, que en este momento, su autor Ricardo Belmont, negocia con una poderosa editorial norteamericana, a fin de concretar su lanzamiento a nivel mundial. 

 En el capítulo anterior, asistimos al momento crucial en la vida de un joven universitario, de nombre Ricardo Belmont Cassinelli. 

Su padre, un empresario radial que acaba de ampliar el horizonte de sus negocios a la industria cosmética, asociado a su hermano y dos sobrinos suyos-por lo tanto, primos hermanos de Ricardo- le notifica que ha llegado la hora de incorporarse a los emprendimientos familiares, ”empezando desde abajo”.

 -Según Don Augusto,-padre de Ricardo- era “la mejor forma de conocer un negocio, es iniciándose en él, sintiendo cuánto pesa la mercadería, cómo se fabrica, cómo huele, y en fin, conociendo los detalles más íntimos del asunto”. 

 -Y entonces, el joven que hasta ese momento, sólo sabía de estudios, deportes y una que otra explicable fiestecita, queda notificado de que su “trabajo”, empieza al día siguiente. Que llegando a la fábrica de Productos “Robel”, “ya le indicarán sus obligaciones. 

 A continuación, el episodio, tal como lo recuerda el propio Ricardo. 

 DÉBILES Y PODEROSOS 

 “Casi no pude dormir la noche anterior, ilusionado por la nueva aventura que me planteaba la vida. Hasta entonces, mi mundo, abarcaba la casa familiar ubicada en Javier Prado Oeste=San Isidro, la ruta a la Universidad de Lima y uno que otro desvío fiestero en compañía de mis amigos de esos tiempos. 

 Cuando menos lo pensé, el persistente timbre del despertador, me anunció que eran ya, las cinco de la mañana y que debía apresurarme para llegar a “mi trabajo” a las 8 en punto, como me había precisado mi viejo. 

 Los pajaritos que vivían en las copas de los árboles del jardín familiar, trinaban hermosamente como augurándome, quizás, dándome alas, para que aprendiera a volar entre ruiseñores y halcones, en un complejo mundo habitado por débiles y poderosos, que jamás hubiera imaginado, estuviera tan cerca a mi vida. Podríamos decir, en mi entorno familiar. 

 Un rápido duchazo terminó de despertarme y luego, un estimulante desayuno, servido por mi amorosa madre, fue el último puente que debía cruzar hacia el portón de mi casa, rumbo a mi primer día de labores…y de enfrentamiento con el rostro duro de la vida. 

 Encendí el motor de mi pequeño coche de entonces y tomé rumbo a Lince, populoso distrito de mercados, “paraditas”, tiendas y gente apresurada que a esa temprana hora, marchaba a sus asuntos. 

 Mi reloj de muñeca marcaba las 7 y 25, cuando Breña apareció en mi horizonte, se diría que por primera vez en mi joven vida. 

 Era –como sigue siendo- una zona clasemediera por excelencia, religiosamente compartida entre los curas salesianos y los estirados sacerdotes- empresarios de La Salle que hoy han extendido la primordial enseñanza de la fe a la exitosa inversión inmobiliaria. 

 Los salesianos, se quedaron con la Iglesia de María Auxiliadora, el Oratorio donde muchachos sin fortuna aprendieron el fútbol y los trabajos de imprenta, en tanto los de La Salle, optaron por la docencia de alto precio y la herencia de numerosos terrenos donados por viejos millonarios que así creyeron pagar su peaje rumbo al cielito lindo, a la hora del encuentro con el Dios de nuestros mayores. 

 Y de pronto, ahí estaba pues. La fábrica de cosméticos donde la empresa “Robel”, fundada y proyectada por mi pare y mi tío Fernando, habían empezado a fabricar cosméticos, bajo licencia de la famosísima firma mundial “Helena Rubinstein”, que otorgaba a la “franquicia” peruana, un significativo “Royalty”, (comisión por uso de marca), a deducir por gastos de distribución y comisión por ventas .Un negocio limpio, seductor y perfumado como los productos, con los que yo habría de familiarizarme a partir de las próximas horas. 

 MI PRIMO, “EL GRACIOSO” 

 Llegué y luego de una breve explicación al guardián de puerta –en esos tiempos no se le llamaba “guachimán”- me dirigí a la oficina del señor administrador, a quien respetuosamente, le dije quién era y a qué venía. 

 Parecía, sin embargo, que tal caballero, ya estaba informado del asunto, pues tuteándome de frente, me dijo:”Ah, claro. Tú eres Ricardo, pues. El sobrino de Don Fernando. Desde hoy, tú vas a trabajar en la Sección Pedidos. Ven, sígueme”.- Y así diciendo, echó a andar entre cerros de cajas que llevarían los productos a tiendas, bodegas y farmacias de toda Lima, además de partir en embarques de camión, rumbo al Norte y Sur Chicos, como se denominaba entonces a las más cercanas provincias de nuestra Costa.

 -“Este es el joven Ricardo”,- dijo el administrador, dirigiéndose a un fornido moreno que acomodaba cajas y más cajas, sobre pequeñas “tortugas”, es decir, plataformas con ruedas, que iban destinando cada bulto al lugar donde debía esperar “su embarque”. 

 -Y ahí debía entrar en acción yo. Es decir, era el momento de levantar y acomodar manualmente los envíos. Era un trabajo elemental, que se hubiera dicho, no correspondería al hijo de uno de los socios principales de la empresa, pero en fin. Trabajo es trabajo y yo, desde muy joven jamás le he corrido a ningún desafío.

 -“Mire joven,-me dijo el Jefe de cargadores-casi con respeto, pues no sabía quién era yo, pero algo intuía- usted va descargando las “tortugas” y va colocando en orden de llegada según las guías, cada caja de productos. 

 El orden empieza por la línea más baja y así va subiendo, hasta la cuarta. De ahí en adelante, hay que usar la escalera. Con cuidado nomás, no quiero accidentes n i vainas, aquí”. 

 -Y mientras mi jefe me iba instruyendo acerca de mi rudimentaria labor, alcancé a ver de reojo a mi primo Fernando, casi al final de la estantería. 

 Sonreía torciendo el gesto, como si se burlara del nivel laboral en que me habían ubicado. Cachaciento era Fernando. Hasta ahora lo sigue siendo. En fin, yo me remangué la camisa y empecé a descargar la primera de muchísimas “tortugas”, debutando como cargador, en un negocio familiar. Había dado inicio a la primera chamba de mi vida”.